Qué es esto, es demasiada luz, las carnes se tocan displicentes, no hay dios, nunca lo hubo, el motor inmóvil fue encendido por nadie, por eso el tiempo se desliza entre incendios. Ha desaparecido todo, voy sola, mares de personas que van ciegas, subo un peldaño, espera, ¿ya lo subí?, ¿es que voy bajando o subiendo?, es otro piso, quizá otra dimensión, rostros congelados de la gente, como si gritaran con los ojos, todo es falso, todo es falso, ríos de plata y sangre se acumulan en las calles, la noche y su inminente muerte, los callejones y su bien trazada decadencia. Un gato que pasa y se arrastra frente a esta realidad inasequible. Debe de ser negro, con una cuenca en el ojo derecho, ojo restante de doscientas mil reencarnaciones, se pregunta por qué sigue aquí si alguna vez fue un dios.
Vuelvo a aparecer, ¿dónde estaba?, ya no se trataba de mí, ya era una sombra, un olvido, no se ha acabado, sigo caminando, mis pies responden y corro, corro sin mirar atrás porque la muerte acecha al que voltee y si muero, que sea cuando lo decida yo.
El tiempo aparece de nuevo, me da lecciones, me recuerda que estoy sometida a un saco de huesos y carne que moquea, también hay destellos de mi tumba vieja y olvidada.
Puente de lianas por el que transito, puente que va cayendo y el siguiente peldaño va en el aire mientras mi pie descansa sobre realidades transitorias.
Vuelvo a ser piel, los poros se encienden y el agua se derrama en litros de lo que soy, no hay ley, voy hacia atrás, camino en la pared, entro en un hoyo negro, aparezco en el elevador.
Cansada de la vida, con un corazón explotado que ya no responde, revienta, revienta, corazón, no hay nada qué hacer.
Los ecos de gritos ahogados en el pozo de un bosque medieval que ya nadie recuerda llegan hacia mí y entre susurros me dicen que cante, porque solo el canto cruzará los ríos, los mares, las zarzas, y con el viento lanzado por la boca de la luna, sus almas sentirán descanso.
Y entonces, canto.
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