Por fin logré verle a los ojos, ojos que guardaban la memoria de los siglos, y ante su mirada impasible, escuché las únicas palabras que emitiría ese viejo retruécano: "Shomp, shomp", dijo con un sonido gelatinoso y crujiente, y yo, yo entendí todo, el retruécano era ese viejo sabio y caprichoso, era el tiempo y lo que quería decirme era: "no te olvides de ser cuerpo".
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