Porque al llegar me conecté con mi niña de tres años y me caí persiguiendo una burbuja, porque mi mirada infantil explotó en cascadas de colores, porque el jueguito de Pooh me abrió el espíritu a la belleza de la inocencia, porque en The Space Mountain sí viajé al oscuro y frío universo en donde me reconocí como un diminuto y a la vez grandioso espíritu que es tanto una diosa como un gusano, porque al estar frente a la magia de World of Colour, y presenciar ríos incesantes de arcoíris dirigiéndose hacia mí, Dios me dijo: "¡Hay que ser buenos!".
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