septiembre 14, 2025

Polvo fuiste

La delicada luz emanaba de aquellos lúgubres aposentos, un olor a arsénico y vainilla provenía de aquel féretro sombrío.            

Su nombre era Artemisa, y su hambre de líquido escarlata lanzaba un gruñido estruendoso. Jamás se había visto en un espejo, eran siglos esperando, horas sinsentido que quebraban todos los relojes bajo la condena de la eternidad. 

Nadie le dijo, ¡nadie le avisó que esto era el infierno!, y que la soledad existencial sería la cruz que atravesara sus lánguidas noches. 

Tic-tac, tic-tac, espera, ¿espera?, ¿qué espera?, girar sin freno sobre el propio eje, una pelota que vaga esclava de una órbita: mañana, noche, mañana, noche, ¿soñar?, ojos bien abiertos, hambre feroz, ya no queda nadie, beber sangre infectada por un virus extraño sabor a rancio.

Artemisa se mira al espejo y comprende la pálida sombra que es, avienta el espejo al patio, ha amanecido, los rayos de sol la pulverizan, Artemisa,

                                                Artemis,

                                            Arte,

                                        Ar,

                                    A,

                                H...


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