septiembre 14, 2025

Descendientes de la reina Isabel

Carlota III era bisnieta de la reina Isabel, pero renunció al protocolo porque le gustaba andar en chanclas e ir en pijamas y crocs al Oxxo.

Como su bebida era la cheve, siempre tuvo pancita y los corsettes no eran lo suyo. Le encantaba andar en vespa y no quería tener hijos ni casarse. Era anarquista, jamás creyó que era de sangre azul y se burlaba de todos los títulos nobiliarios. 

Su familia le heredó un castillo en Irlanda y lo hizo Okupa, donde regalaba comida vegana y croquetas para perritos, hacía talleres de macramé para devolver a la comunidad un poco de lo que su familia había robado.

Se cambió el nombre por el de "Yolanda a secas". El título lo subastó para ella misma comprarlo y regalárselo a un vagabundo. 

No me entristece el olvido de mí

No me entristece el olvido de mí, pero me rompe el corazón que así como pude superar la muerte de mi padre, después de siete dolorosos años de no saber como continuar viviendo en este mundo, me pase lo mismo con la inminente partida de mi madre, quien es mi sostén, mi apoyo, la luz de cada día, la que a diario le importo.

No me imagino caminar esta senda sin su consejo; el verdadero vacío está en su ausencia, en su voz apagada, en su falta de risa, en la casa materna sin la explosión de colores que es ella.

Quiero que se sienta orgullosa de mí, quiero demostrarle que mientras yo viva y aun cuando yo ya no esté, su memoria gloriosa jamás será borrada, porque yo me voy a encargar de esparcir las semillas de su dulzura y las raíces de su nobleza.

No me entristece mi propia nada, sino habitar un planeta sin su sombra: ¡Oh, Marina, mi dulce Marina!

Nadie se lo esperaba

El diablo vivía a la puerta del árbol más longevo del mundo. Estaba jubilado, se había cansado del libre albedrío humano porque sus maldades eran más inocentes y las de aquellas criaturas habían sobrepasado todo límite. Vivía en pánico de que si lo veían en algún callejón, lo cocinaran vivo y lo vendieran como carnitas, pero exóticas.

El diablo usaba botitas, nuestro diablo era un vaquero que de vez en cuando se robaba un caballo y lo montaba para cabalgar sobre el aperlado fulgor del mar. Sí, nuestro diablito era un romántico.

Un día, iba montando a caballo robado y los indios de esa comarca lo atestaron de flechas, y así, en cámara lenta, cayó en drama. Entonces gritó: "¡Ay de ustedes, humanidad rota!, ahora sí están completamente solos, ¡Dios ha muerto y yo, yo.... tam...".

Y una luz azufrosa iluminó la tarde.

Nota: inspirado en el diablito de la lotería y en Así habló Zaratustra de Nietzsche.

Retorcer el tiempo

En el principio fue Hipatia, reina y madre de los soles eternos, y ella, con su infinita sabiduría, parió el fonema. En el universo se escuchaba el eco distante de un sueño que emanaba de la boca de una diosa.

Luego cayó el meteorito y dio origen al agua, de donde nacieron los volcanes y las guerras ensangrentadas de hombrecillos bárbaros que no sabían a qué venían. Entonces, de la costilla de Hipatia creó a Sor Juana, la décima anti-musa, la sujeta, la que tiene agencia.

Y de repente, los fonemas ahora eran palabras, en el cosmos flotaban las anáforas, los epítetos, los sustantivos, los versos, los endecasílabos, los sonetos. 

Y de esta forma, el cosmos adquirió sentido y paz.

Se busca

Se busca, por reír a solas, por saltar la cuerda entre universos, por atreverse a enloquecer, por decir no, por brincar al vacío con los ojos vendados, por convertir el agua en fuego, la tierra en lágrimas, el calor en hielo, la noche en higuera, la luna en estrella de mar.

Se busca, por amar la vida, por bailar en la calle, por libre, por perra, por dionisiaca, por callejera, por fea, por sabatina, por nochera, por decir "embeces", por decir "ansina", por decir "vinistes", por decir "aiga", y derramarse en su propia libertad. 

Se busca, por ir por la libre en un domingo de carnaval.

Polvo fuiste

La delicada luz emanaba de aquellos lúgubres aposentos, un olor a arsénico y vainilla provenía de aquel féretro sombrío.            

Su nombre era Artemisa, y su hambre de líquido escarlata lanzaba un gruñido estruendoso. Jamás se había visto en un espejo, eran siglos esperando, horas sinsentido que quebraban todos los relojes bajo la condena de la eternidad. 

Nadie le dijo, ¡nadie le avisó que esto era el infierno!, y que la soledad existencial sería la cruz que atravesara sus lánguidas noches. 

Tic-tac, tic-tac, espera, ¿espera?, ¿qué espera?, girar sin freno sobre el propio eje, una pelota que vaga esclava de una órbita: mañana, noche, mañana, noche, ¿soñar?, ojos bien abiertos, hambre feroz, ya no queda nadie, beber sangre infectada por un virus extraño sabor a rancio.

Artemisa se mira al espejo y comprende la pálida sombra que es, avienta el espejo al patio, ha amanecido, los rayos de sol la pulverizan, Artemisa,

                                                Artemis,

                                            Arte,

                                        Ar,

                                    A,

                                H...


Abajo y arriba

Abajo, el infierno, un mundo incendiándose en sistemas caducos, en fascismos, en crisis nucleares, en teléfonos rojos que no funcionan, en consumos absurdos, en balas que traicionan, en tiempos perversos de relojes de arena que ya no dieron vuelta.

Y arriba, ¡oh, arriba!, las aves y su canto sublime de lamentos de diosas olvidadas; arriba, las nubes y su campo de flores azules que perfuman pasado y futuro, que siembran poesía en cada gota, en cada vida.

Carta a la Noche Sol-Ho

Mi amada noche,

Sé que usted se halla flotando en la paz que da la nada, sé que en mi mañana podré verla y abrazarla, danzar en libertad y honrar la palabra, sé que yo aquí me encuentro entre la inmundicia, entre lóbregos callejones de miseria humana, esperando un putrefacto rayo de sol que me permita respirar.

Debo contarle que solo salgo de mis aposentos cuando las criaturas de la luna caminan entre monstruos, y es que es ahí mi lugar, el único resquicio de esta tierra maldita en donde encuentro paz.

Le echo de menos, amadísima, le echo de menos, mi gitana punk.

Siempre danzante,

Fortunata.

septiembre 07, 2025

El judío errante

¿Alguna vez has visto un hombre que lleva capa y camina arrastrando siglos viejos, que lleva sandalias y pies hinchados, que ha sudado su ser y a cada paso suenan las cadenas del arrepentimiento?, ¿le has visto a los ojos?, mirada gris, que guarda la noche lluviosa del calvario y el estallido del corazón del nazareno, que ha andado por guerras santas y medioevos, que ha guardado silencio y el dolor de la soledad que da ser visto por todos y por nadie.

¿Sí?, pues sí es, es aquel viejo que lleva báculo y anda en sembradíos, de piel agrietada por soles intensos, de sangre lenta por lunas muertas, creador de eclipses, instigador de tornados, sequías, maremotos, terremotos. 

De ese hombrecillo te hablo, de aquel que lanzó la primera piedra y escupió la mano del santísimo, del que colocó la corona de espinas y se burló con la insignia INRI: Jesús de Nazareth, rey de los judíos.

Mi amado Lisandro

Mi amado Lisandro,

Hoy es 4 de octubre de 1804 y no ha de pasar una noche en la que, bajo la luz de esta vela que se consume, yo no le escriba y no le adore.

Sé que usted ya cruzó el río de los muertos y su recuerdo debería de bastarme para vivir esta vida que ahora me resulta idéntica a una celda en donde cada tarde me dan de beber amoniaco.

Desearía cruzar ese río, pero soy cobarde, y todavía creo que mi misión es recordarle para que su vela no se apague.

¡Maldita guerra!, paraíso de nadie, infortunio de todos. De nada vale su imperio de cenizas si destruye lo sagrado.

Le echo de menos, mi Lisandro, y siempre le pensaré a la luz de esta vela.

Eternamente suya, 

Isadora.

Dormir, soñar

Cierro los ojos,
me sumerjo en ese abismo circular,
me apago y caigo,
¿estar cayendo?,
el corazón late lento,
a mi ritmo.

Dormir,
preámbulo del río que lleva al túnel,
destino de todos,
ensayo breve de la muerte.

Apagarse,
bajarse del mundo,
remanso de paz incolora,
el silencio es el reinado,
ausencia de mí,
el olvido me toca,
la memoria es un río fugaz
que se vierte en el pasado,
late la entraña,
no hay más,
regreso a la tierra prometida,
donde el pan es el ojo cerrado
y la leche el eterno descanso.

Cae el tiempo,
no hay ayer ni futuro,
horizontes de mar muerto,
pájaros duermen,
ranas meditan,
follaje descansa,
viento enmudece.

Soñar,
porque el día no alcanza
para todas las vidas por vivir.

Escribir historias blancas,
sin punto ni coma,
dejar huella en la arena
de un desierto de sal,
inventarme alas,
desatornillar el pensamiento,
intuir cuáles son los infiernos.

Despreciar la recalcitrante
luz enceguecedora de las 7,
aborrecer el tic-tac
de un reloj quebrado hace siglos.

Morir,
poquito cada noche,
comer sopa de viento y brisa
hasta despertar.

Diálogos confusos

—Me debato entre la seguridad y la duda.
—Pero, ¿por qué?, ¿ha pasado la vida y no logras resolver el enigma?
—Es que la duda, la duda metódica.
—¿Y qué te lleva al abismo del signo?
—Yo y mi yo profundo.
—¿Qué es el "yo profundo"?, ¿acaso existe?
—Sí, es mi ser de madrugada.
—¡Entonces duérmelo!, calma ese monstruo que no sabe del mundo, tú sí has vivido afuera, la carne te ha dolido, la entraña se ha reconfigurado.
—¡No puedo, muero cada noche!
—¡Ya, ya, ya, suelta, yo soy el yo profundo!

Tomás de Torquemada

    —Ave María purísima.
    —Padre mío, ¡que he pecado!
    —Sin pecado concebida.
    —Quiero confesar que he tundido a azotes a esos indios malnacidos que no valoran las obras de Dios. Soy un fraile y mi deber, hermano mío, es para con la Santa Sede del Vaticano y la Iglesia Católica Romana Universal. También, padre santo, mi deber es para con mi hermosa reina Isabel, quien me ha conferido el gran cargo de primer inquisidor general del Tribunal del Santo Oficio. No puedo soportar la herejía de esos malnacidos y diminutos hombrecillos de pacotilla, por eso los reviento en azotes y los hago caminar por entre carbones encendidos para que dejen sus huellas sangrantes. 
    No he de tolerar su mala fe, padre, por eso, con mi justo corazón, vengo a confesarle que esos indiecillos pecan de politeístas y veneran santos que son serpientes y pavorreales, ¡y cómo van a venerar a esos monstruos!, ¿acaso se sienten inferiores a un perro?, ¡seguro que lo son!, insisto, ¡hombrecillos de pacotilla, de pacotilla, padre! Y yo, que soy casi un santo, vengo en su nombre a borrar toda mácula de mis manos, porque el pecado se contagia, reverendo, y aunque no haya organizado purgar toda culpa con el hierro candente del incendio, no es suficiente, padre. ¡Que sufran, que paguen con el silencio su osadía! 
    Hoy vengo en humildad, padre mío, y con mi noble espíritu de este hombre de fe, entrego toda transgresión para que su merced os salve, a través de mi penitencia, del infierno a esos pobres perros.
    —El que va a arder en el infierno eres tú, Torquemada.
    Entonces, del confesionario brotaba un humo verde con olor ácido, y unas garras persignaban la sombra calcinada y el eco de un grito atroz que traía consigo el desgarrador aullido de almas torturadas.

Aquella noche sí

Noches que abren hoyos negros,
lunas que arrastran mundos interiores,
desesperanzas del camino.

Verte a los ojos,
jamás la soledad.

Castillo de naipes me castigan,
dije que sí, dije que sí,
última partida,
última puerta,
última noche,
última risa,
última vez.

Par de sietes, escalera,
rey de espadas, 
paso, dame dos,
el tiempo se desboca,
no hay sendero,
tercia de tres,
flor imperial.

Le vi a los ojos,
casa llena.

May 16

El señor Reveles lo dio todo.

Año cero, ríos de lava radioactiva han tomado las ciudades, y él, en su ilusa fe en la humanidad, quiso dar reversa a los monstruosos planes de la franja roja de la URSS.

El teléfono no sirvió de nada, no impidió que esa gente y su hambre de poder presionara el botón. Al final, lo que importaba era alzar esa bandera y coronar aquella patria ensangrentada.

El señor Reveles lo dio todo, y, cubierto de ceniza, era el último hombre de la humanidad: un botón, dos patrias, el olvido.

Cartas a la noche

Las criaturas de la noche deambulan entre vapores de alcantarilla. Hay algo monstruoso dentro de mí y brota de mi carne en sangre pútrida. Paseo en el camposanto entre flores marchitas, respiro la acidez lóbrega de las tumbas. Ahí quiero estar, donde las ráfagas de un viento gélido congela mis delirios, donde el silencio es el juez del alma que no tengo.

¡Oh, mutismo de panteón!, búscame en el infierno, donde las almas de los condenados son arrasadas por gusanos infectos.

Antipoéticas

Pescado rabioso,
que viajas en alcantarillas de mar muerto,
que te desdoblas en la bilis de la rabia
que te da haber nacido escamoso y tortuoso,
¡pobre perro de mar!,
¡ay de ti, ay de todos, ay de tan poco!,
decía el poeta.

Navegas en la fosa de las Marianas
y ladras en burbujas que te roban el aliento.

¡Oh, destino inescrutable de las logias del pez tiburón!,
que todo lo ve y todo lo captura,
¡afloja la corbata, pobre perro nadador!,
¡quítate ese traje gris y ándate descalzo, pez!,
para que tus alas broten
y escapes volando de ese infierno marino.