El tiempo no se va volando, hemos hecho, dicho y vivido un sinfín de aventuras que seguramente hemos volteado a ver, pero que hoy no reconocemos porque ya estamos de este lado.
Tengo muy presente momentos que son balas de tiempo, en su historia contienen cascadas de emociones y experiencias que me hacen pensar que no duraron un día, sino dos años.
Mi padre me daba vueltas en esa caja de cartón, mi madre planchaba y la tarde amarilla asomaba lenta, cruzábamos a otro país como si fuera un patio extraño, la marea de alcohol penetraba en mi cerebro, aquella biblioteca daba forma a mi espíritu, las estrellas sobre el techo de mi casa eran nuestro escenario, Tecate, The Beatles, el piano y él vestido de blanco hablando con certezas, la Coca-Cola, un futuro amplio y la juventud fueron eternos en ese instante.
El desierto de Mexicali como un mundo nuevo, aquel amor que siempre será, la casita y el timbre que sonaba con clave. Luego un campo amplio de posibilidades que tuve que elegir, estar aquí, ser yo y todas las Miriams que he sido.
La vida ha sido muy larga, la vida ha sido un viaje que sí he logrado apreciar.
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