He visto las viejas tumbas olvidadas, y las de flores frescas, pero hay otras, término medio, que he encontrado con mi fecha de nacimiento: 1982, y un vuelco se desplaza por mi estómago recordándome que esa pude haber sido yo, o puedo ser en cualquier instante.
No es corazonada, es la terrible y a la vez, dulce certeza de saberme etérea cual mota de polvo viejo de algún cajón de monasterio.
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