La vida no tendría sentido si no sintiéramos amor, pero no ese amor violento y estereotipado que nos muestran en las películas o telenovelas, sino un amor en el que de entrada hay dos miradas que se reconocen, no sé si de otras vidas, no sé si del color del alma, pero se miran con la profundidad de quien cae a un abismo sin miedo, con la ligereza de una mariposa en pleno vuelo, porque saben que al sumergirse en esos ojos, habrán de estar menos solos.
Después de reconocerse, ese amor tendría que ser puente entre palabras que vienen y van en una fluidez que calidece.
La vida no tendría sentido si no encontramos por lo menos en una mirada o en una palabra a la persona que es nuestro espejo, no importa si es un instante, al caminar por una calle, al decir sí, al decir no, momento instantáneo que si logra conectar, nos devuelve un poco de eternidad.
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