Ella confiaba en la gente, su discurso era creer en la humanidad o su estadía en este mundo no valdría la pena.
Un día común pidió raite como siempre lo hacía, se subió con la confianza de siempre; de repente, el conductor se salió hacia la carretera libre, se detuvo en un paraje solitario, se bajó del carro, abrió la cajuela, sacó la pistola, las cuerdas y la cinta gris, las colocó en la parte trasera, ella observó, una lágrima rodó por su mejilla y él le dijo en tono tranquilo:
"Ni te atrevas a hacer nada, hoy te vas a morir".
Ella se quedó trabada, un corazón palpitante que en unas horas se apagaría, no emitió palabra, no gritó, aceptó su destino porque prefirió creer en la humanidad.
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