Vine, Abel, y no te encontré, pero encontré en lo profundo de mí, una azalea dulcísima y bella, que dormía apacible y que al entender de tu existencia, despertó, porque encontró una mirada de poeta que sí llegaba hasta ella, porque alcanzaba a oler de un modo espiritual una esencia insondable jamás sentida.
Entonces vine, Abel, y no estabas, pero estaba la tarde amarilla y tranquila como tu aura.
Pude observar que en ese lugarcito, aposento tuyo, no se escuchaba tu voz, pero emanaba una nota de sol que conectaba con quien soy.
En mi cuerpo entero hay una melancolía que no comprendo, que se desborda y me cuestiona, que me hace pensarte todo el tiempo. Y es que vine y no estás, dulce ser humano que enciende fuegos.
Hoy afuera la tarde acontece, caen las hojas en armonía con el viento, tú no estás, !pero estás tanto!, en esta urgencia por vivir, por cantar, por soñar y perseguir el sueño.
Y es que vine y no estás, pero está tu recuerdo y estas ganas de estar viva sabiéndome no una muñeca ni una muerta, sino una mujer capaz de amar.
Y es que vine y no estás, pero está tu recuerdo y estas ganas de estar viva sabiéndome no una muñeca ni una muerta, sino una mujer capaz de amar.
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