He descendido a los abismos más infernales que este cuerpo haya conocido. Me sabía orgánica, frágil, pero todavía guardaba esa inocente y macabra voz que nos susurra al oído: "Sí eres eterna".
Varias veces tuve dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas que no podía controlar y se movían con libertad haciéndome sentir un bulto humano, una piltrafa burlada por su propia piel.
Luego, la tortura penetrante y arenosa de la sed. No hay río, no hay ancho mar que me atraviese y logre vencer este desierto en mi garganta. Duele ser cuerpo.
No hay yo, no me encuentro, no se cómo me compongo, cómo es que existo, si estoy disuelta y floto entre fragmentos de decisiones que yo no tomo. Quiero recordar que soy Miriam, pronuncio mi nombre, es un eco, el yo se ha disuelto, fue fulminado.
No triunfé, en estos casos no se triunfa.
Había un pequeño sol que vivía en mí en su cálida playa, pero un volcán arrasó y su fuego de tortura hizo pausa en mis entrañas; iba lento, muy lento, cada noche prometía nunca más irse. Al final se apagó y se llevó mi sol dejando pedazos de hielo que nunca se irán.
Entendí que todos estos sueños, que la vida que he dibujado para mí, es polvo al viento, fósforo que cae al fango y nunca encendió. Entendí que voy a seguir dibujando mi vida, aunque sé que en cualquier momento seré aire.
Hoy escribo para que quede registro, que este cuerpo alguna vez fue Miriam, hoy es solo cuerpo.
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