Entre las sombras obtusas camino, polvos no iridiscentes levantan brumas viejas, de entre tumbas, y un viento sigiloso sopla en mi oído poesías malditas de quebrados siglos.
¡Oh, la noche!, máscara de Melpómene que canta la gran tragedia de estar vivos y respirar, tener voluntad, coraje, libertad, las grandes glorias cotidianas, y aun así no termina de florecer la vida.
Atorados en posición horizontal, fetal, fatal, porque la luz del sol es rabia espumosa y amarilla, con fragancia de flores, con pájaros que cantan un canto no pedido.
¡Oh, la noche!, refugio anaranjado de mis blandas pesadillas, yo te imploro lunas rojas, lunas de sangre a borbotones que devuelvan la nostalgia precisa, el candor de ser quienes somos, aun si somos malditos, ratas de alcantarilla que deambulan entre pedazos de lunas caídas, raptados por cuervos, aunque seamos monstruos sin padre, remanentes de casas de la infancia en donde solo quedan huecos, huesos, ecos.