La pequeña por fin tuvo su globo después de trabajar arduas horas bajo un sol lacerante.
Por casi un mes vendió periódico, recibiendo el asco de los conductores que le cerraban el vidrio como si al hacerlo la miseria se esfumara. Pero hay otro tipo de miseria, la del otro lado de la ventana, que brota desde la entraña como un aliento infecto, colándose por entre las rendijas de ventilación, rara mezcla de fragancia y fetidez.
Trabajó con afán y sudor para tener su globo, y mientras vendía periódicos la pequeña portaba orgullosa el fruto de su esfuerzo.
Cayó la tarde, un auto se detuvo, la señora compró uno y consumida por eso que consume entre cada semáforo y que convierte en monstruo temporal, sacó un alfiler, lo pinchó, rió, el carro arrancó, la niña lloró. La vida siguió.