mayo 07, 2013

Desazón

No sé ni cómo empezar, expresar esto me hace sentir vulnerable ante lo que por los últimos años creí. Regularmente suelo sentir breves e incipientes crisis existenciales, es el pan mio de cada uno de mis días, por la madrugada cuando me despierto, muy entrada la noche, cuando pienso en el mañana y hoy se acentúan un poco más debido a que últimamente me he visto rodeada de circunstancias extrañas, tristes y trágicas que me han dolido mucho, a pesar de que sé que mi dolor no es nada comparado al de las personas directamente afectadas. 

La muerte, el tiempo, la vida y el absurdo son conceptos que regularmente flotan en mi pensamiento. Acaba de fenecer una persona que quise mucho, murió con mucho sufrimiento, trabajó toda su vida, todos los días, fue muy organizado y tuvo una hermosa familia, sé que fue feliz, pero lo que me mortifica es que a pesar de tanta organización, comer bien, hacer lo que se debe, cayó enfermo, y en un año y medio se consumió de una forma atroz y violenta, que nunca había visto y que me duele y me consterna. 

Estos últimos años me he vuelto más incrédula de lo que ya era, son pocas ideas en las que verdaderamente creo, y cuando pienso los conceptos que según yo tenía más arraigados, caen a pedazos cada vez con más facilidad. 

Solía creer que la muerte era un proceso ritual, místico, mágico, uno de los momentos más ceremoniosos de la vida, que había que planear con un elevado grado de apasionamiento, poesía, música, buen vino, una última cena, amigos y familia, incluso una última palabra que expresara lo mucho que amé la vida, incluso ya he planeado mi velorio y cómo no deseo flores y sí mucha música y cenizas mías volando entre el mar de Tijuana y el Valle de los Gigantes; no obstante no sé cómo vaya a ser el momento de mi partida, si será repentino, si estaré sola, si tendré 104 o 32.

La vida es sorpresa y accidente, más accidente que sorpresa y a pesar de todos los significados que le damos a los símbolos que nos representan como especie, poco a poco éstos se van desgastando y aquellos conceptos que me daban un sentido se diluyen.

Solía creer que en la muerte había mística, misterio, un ambiente de ritual que era único e incluso festivo (también me sucedía con los cumpleaños), solía creer que el día de mi muerte me sentiría diferente, como con un aura especial, que me hiciera sentir elevada sobre el resto de los mortales, porque estaría entrando a una etapa de eterna nada que me daría un momento sobrehumano, en el cual vería en retrospectiva toda mi vida, cual película..., pero ahora no, hoy veo que somos un simple switch que se apaga, mamíferos con o sin suerte; si es sin suerte o te enfermas y sufres o te cae un piano encima, si es con suerte haces tu ritual para morir a lado de toda tu gente con todos tus referentes simbólicos, pero insisto, esta vida es accidente y tragedia, y nada tiene sentido a menos que nos concentremos con mucho esfuerzo en el diario cotidiano, a menos que la cotidianidad surta efecto y nos haga evadir el problema de la muerte, porque si nos descuidamos un momento, puede que la extinción sea autoprovocada y por ver la realidad desnuda, en su total carencia, en su total absurdo, nos caiga el peso frío y seco de la náusea.

¿Cómo es que tenemos conciencia de esto?, ¿acaso sería preferible morir sin la conciencia clara y distinta de  que ojos y alma se apagan y todo lo hace por el resto del siempre?, ¿qué finalidad tiene esto?, toda nuestra organización humana atenta contra los principios básicos de la lógica.

Heidegger afirmaba que ser para la muerte es estar consciente de nuestra finitud, para sentirnos más libres y vivir de manera más auténtica; tener presente a la muerte nos orienta hacia una relación con el ser, aunque  vale decir que esta idea de cierta manera es un no-ser, lo cual implica una dialéctica entre ausencia y presencia.

La pregunta estriba en que si la relación vida-muerte es precisamente una dialéctica, ¿entonces no son procesos radicalmente distintos del todo?, puesto que están ligados, se tocan entre sí, juegan entre ellos; antes de nacer no éramos, después de nacer fuimos, luego no lo seremos de nuevo, incluso por más tiempo, ¿y no es acaso el tiempo de ser lo que nos da la cualidad de ser, el sustrato mismo de la existencia?

Estamos extintos, nada ni nadie existe, sólo somos puntos suspendidos en la nada, reflejos que abren materia ante toda esta anti-materia que realmente somos. No somos vida, somos muerte... nada que se asoma, parpadea y vuelve a extinguirse para volver al cauce de su verdadero estado. La vida es un accidente ante la estabilidad real y verdadera de la nada.

¿Qué es lo que tiene el homo-sapiens-sapiens como para merecer o sufrir esta conciencia?, ¿por qué no tuvo conciencia el dinosaurio o la tortuga?, ¿en qué momento nos erguimos?

Si no existe un Dios creador de conciencias, el hecho de que el humano haya inventado un Dios en la pre-filosofía, o entes que explicaran lo inexplicable de un universo mítico, tratando de entender los orígenes o la vida misma, nos hizo desarrollar lo que hoy llamamos conciencia. Curioso que un demiurgo haya sido la inspiración para el desarrollo de toda una civilización en su más grande barbarie, paradoja y dialéctica de nuevo.

La vida es muerte, la vida es hermosa, pero también es trágica. Lo único que nos queda es recordar, conexiones cerebrales que construyen puentes que nos llevan y traen. Si no fuera por la química, la electricidad o por el agua, nada de esto sería. ¿Será acaso que el agua es realmente la fuente divina de vida o que Dios se manifiesta en el agua?

Mientras tanto trataré de pensar que lo que hoy vivo es un parpadeo de mi verdadera existencia en la nada natural, quizá este raro accidente llamado vida sea una especie de limbo espacio-temporal del que muy pronto todos hemos de salir para reposar en el silencio perenne, nuestra verdadera patria.